En la zona oriental de la isla de Java se encuentra el volcán de Ijen, uno de tantos volcanes activos de Indonesia pero el único que ofrece este espectáculo increíble y dantesco a la vez. En el cráter, al que llegas tras salvar una escarpada pendiente de unos 300 metros de desnivel, hay una mina de azufre, que se explota sin ningún tipo de mecanización.

La excursión a ese punto la realizas de noche, bajo un cielo cuajado de estrellas y sin ninguna contaminación lumínica. La contaminación que te entra por la nariz, la boca y los poros de la piel ya es otra cosa, ya que el aire es irrespirable y debes llevar máscara antigás. La propiedad de la compañía explotadora, de origen chino, contrata a hombres de la zona para la extracción manual del mineral. Choca verlos vestidos con su ropa habitual, sin ningún tipo de protección y en la mayoría de los casos, simplemente tapándose nariz y boca con un simple pañuelo mojado con agua. Algunos, incluso calzan chanclas.

Esos hombres menudos y no especialmente altos acarrean en una doble cesta que cargan a sus espaldas entre 60 y 90 kilos de azufre que es, por supuesto, más de lo que ellos mismos pesan. Y comienza la ascensión… Al final del trayecto, una cabaña con una báscula les confirma lo que llevan a cuestas y lo que ganarán ese día. Puedes calcularlo tu mism@: 5 céntimos de euro por kilo y en una jornada laboral suelen realizar dos viajes de carga. Entre ellos también hay héroes y el trabajador más respetado es el que ostenta el récord de mercancía en un solo viaje.

En Ijen todo es contradictorio. Las condiciones infrahumanas en las que se encuentran los mineros chocan con el orgullo que estos hombres sienten al trabajar en una compañía que les ofrece un trabajo seguro y estable -hasta que un accidente les vence-, una casa para su familias en los terrenos próximos al volcán, también propiedad de la empresa, y un salario que les permite darse algunos «caprichos» como el tabaco.

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