Siempre he dicho que India es el viaje de mi vida y también el más intenso de todos los destinos en los que he estado. Por eso no se lo recomiendo a nadie, puesto que no te deja indiferente. O lo amas o lo odias. No hay medias tintas. Y desde luego no seré yo la que cargue con la responsabilidad de unas vacaciones frustradas porque el país no ha cubierto las expectativas de algún familiar o amigo o, peor aún, porque se han vivido experiencias al límite de lo soportable.

Y Varanasi es, por mucho, la ciudad más intensa de todas. Los gaths, las ofrendas nocturnas del Ganges, los santones, los crematorios a la orilla del río, los mercados, los colores, los olores,… Todo en Varanasi es único e indescriptible.

Yo he tenido la suerte de amarlo. De captar la esencia de ese país sin que me dejara huella todo lo malo, lo triste y lo incomprensible. He disfrutado con la sonrisa de los niños, con la elegancia de las mujeres con sus saris de colores y con el bullicio de sus calles. He pateado zonas inmundas de las que solo recuerdo los colores y no los olores, la puesta de sol y no el calor sofocante y la arquitectura increíble en lugar de la falta de saneamiento o la suciedad.

Me he vuelto loca con sus sedas, sus joyas o sus bolsos bordados. Y claro, he conseguido algunos tesoros. Entre ellos una fal Me la hicieron a medida en una tienda de trajes de novias que hay en la calle principal ya muy próxima a los gaths, los famosos escalones que descienden al Ganges. Me tomaron medidas y a las 48 horas estaba lista. El único problema residía en elegir una tela entre los cientos de opciones, cada una más maravillosa. Yo tuve dudas con una seda negra cuajada de pedrería. Finalmente venció la cordura… y en la foto tienes el resultado.