En África existe una enfermedad que no es la malaria, ni el VIH, ni la tuberculosis. Se trata de un mal que va directo al corazón, que te lo estruja, pellizca y aprieta cuando estás lejos de su pueblo, su gente, sus colores, sus olores… Una especie de patológica ansiedad por regresar al continente después de haberlo conocido. Es algo extraordinariamente adictivo para los sentidos, la mente y el corazón, que te agarra las entrañas y no te suelta.
Mi periplo comenzó hace dos años, cuando aterricé en Tanzania. Un viaje que, todo hay que decirlo, me seducía cero, supongo que porque mi espíritu aventurero es nulo, odio los viajes largos, soy pésima organizando equipajes, me da pánico cualquier tipo de insecto y me asusta lo desconocido. Sin embargo, mi vida dio un vuelco al poner los pies en esa tierra rojiza, en ese país rodeado de verde, de naturaleza salvaje, de vida en estado puro, de sonrisas imposibles de describir pero que se desbordan ante tus ojos.
Cuando conoces este pueblo tan asombrosamente rico (en todo menos en dinero) caerás rendid@ ante los niños, que se vuelven locos porque les saques una foto, y que ¡no se te ocurra irte sin enseñársela! Te cautivará su música y esa vida en la calle en la que se cuentan indescifrables historias en suajili. Y quedarás embelesad@ por esa mezcla cultural que convive con máximo respeto, por el colorido de las vestimentas massais y los kangas y por la hospitalidad de sus habitantes ofreciéndote lo que tienen, incluso cuando ni siquiera tienen.
Y entonces pasa. Sin darte cuenta te enamoras y te acostumbras a su ‘hakuna matata’ y a su ‘karibu sana’, y te sientes plen@ y feliz, no te arrepientes de estar lejos de casa y lo único que te apetece es gritarle al resto del mundo ¿pero es que no veis que nos estamos equivocando?
África es esa gran desconocida, tan bella y llena de contrastes y ante la que hacemos oídos sordos. Esa tierra grande formada por multitud de etnias pequeñas. África, tan vieja (no olvidemos que es nuestra madre. Allí se forjó la cuna de la humanidad) y tan joven (el porcentaje de la población menor de 25 años es del 71%). Como leí en algún sitio, desesperada por su pasado y esperanzada con su futuro. Pero siempre dinámica, en lucha contra injusticias, pobrezas e ignorancias y que no se resigna ante un destino hasta ahora impuesto desde fuera.
Todo eso es África y mucho más… Y resulta que cuando vuelves a tu lugar de origen te quedas con la sensación de que tú regresas, sí, pero ella se queda contigo. Te golpea en los momentos más inesperados: en el metro, en los bares con amigos, en el trabajo o de tertulia con la familia… Te sientes feliz por haber vivido en un pedacito de esa tierra, pero a la vez triste por no estar allí… Y piensas en regresar y formar parte tanto de su lado increíblemente bello e imposible de explicar, como de ese otro en el que los niños van descalzos y con uniformes rotos y sucios al colegio. Caminando, a veces varios kilómetros. Orgullosos. Sin lapiceros. Felices. Sin la comida básica del día que tan necesaria es en esta parte del mundo: el desayuno.
Y un día te da por soñar que todos los colegios tienen pupitres, ventanas, agua y luz y que todos los niños llevan zapatos y libros. Te despiertas en mitad de la noche y dices ¿por qué no? y nace AfrikAmiga. Descubres que es posible involucrar a muchas personas en pequeñas acciones para alcanzar grandes resultados. Experimentas la eficacia de la solidaridad y eso de que ‘la unión hace la fuerza’. Y sonríes…
Sonríes porque ves nacer y crecer a AfrikAmiga, la quimera de tres amigos por intentar hacer más accesible el derecho a la educación a los más de 600 niños que acuden diariamente al Ngongongare Primary School, un colegio que no ha contado con ningún tipo de ayuda desde su construcción hace más de 50 años.
Primero fueron las ‘Maletas de la Ilusión’ esos 50 kilos de calzado, material deportivo y escolar. Después fueron las ‘Ventanas Hacia el Futuro’, 30 ventanas y 10 puertas para un colegio por el que apenas entraba luz natural y sí lo hacía el frío en temporada de lluvias. Ahora AfrikAmiga está a punto de comenzar el siguiente proyecto, ‘Pintando Alegría’, con la rehabilitación de paredes y tejados. Y de repente me sorprendo de nuevo sonriendo mientras escribo este post. Sí, sonrío… porque en unos días regreso. Vuelvo a mi segundo hogar, a Tanzania.
La autora de este post es Marian Mesonero. Sufre el Mal de África y es la creadora y el alma de AfrikAmiga.
Las fotos de este post son de Hans Photography de Francisco Galeazzi.
Muchas gracias por leerme. Si quieres compartir:
Qué preciosidad, amigas!!
Muchísimas gracias Ana. Ojalá mucha gente se entere de la gran labor que está haciendo Marian y pueda seguir trabajando intensamente en su proyecto
Me ha encantado este post. Besos
Muchísimas gracias Marién. Marian está haciendo un gran trabajo en Tanzania y quería aportar mi granito de arena para que se conociera su labor
Y lo que nos queda por hacer y lo vamos a conseguir.
Por supuesto Guadalupe. Por actitud y ganas que no sea…